viernes, octubre 01, 2010

New York, New York

"Anoche soñé que había vuelto a New York". Y es que es un sueño que se repite constantemente. 

Hoy se cumple justo un año desde que fui a Nueva York. Concretamente ahora, por aquellas fechas, estaría sobrevolando algún lugar del Atlántico. Ya casi se me han olvidado los días previos, de nerviosismo, de preguntarme qué pasaría, y también de los primeros días en los que apenas me atrevía a salir del apartamento. Y es que esta ha sido la primera ocasión en que me aventuro a irme sola a otra ciudad en otro continente, a casi 8.000 kilómetros de distancia. Todo por las famosas becas MEC, aprendiendo inglés en un país angloparlante. He de decir que los dos meses previos a la partida fueron una preocupación constante, porque no encontraba piso y veía que se me acababa el tiempo. No quería ir a Brooklyn, porque aunque me dijeron que era seguro, asustaba verlo. Finalmente encontré una habitación compartida con la dueña de la casa en el Upper West Side, calle 82 en un punto intermedio entre Central Park (y el American Museum of Natural History) y Broadway. Cuando le pregunté a los que habían ido a Nueva York si era mala zona, se rieron y me dijeron que no, que era bastante pija. Y así era, tanto que los supermercados de la zona eran bastante caros XD.

La luna y el Empire State Building
Dicen que Nueva York es una ciudad que puede enamorarte o puedes llegar a odiarla. En mi caso me sucedió lo primero. Y es que, a pesar del miedo que pasé los primeros días (estaba sola en una ciudad desconocida, con otro idioma, y por aquellos entonces mi nivel de inglés, sobre todo hablado, era cercano a cero) tuve la suerte de tener por compañera de apartamento y casera a una bellísima persona. Ella me sirvió de guía y hasta de intérprete los primeros días, a pesar de que no entendía ni una palabra de español (a veces entendía mis chapurreos en inglés). La mujer se asombró, por ejemplo. de que no tuviera un laptop, y en cuanto le dije que venía con la intención de comprarme uno con la intención de comunicarme con mi familia y principalmente con mi novio, se desvivió ayudándome a buscar el modelo que quería: me acompañó por todo Manhattan bucándolo, y cuando le dijeron que el único establecimiento donde lo tenían estaba en el Bronx, se decidió (aunque el no way que regaló al dependiente indicara lo contrario) a acompañarme con tal de no quedarme sin él. Recuerdo que fue en sábado cuando me acompañó al Bronx, y esa fue la primera vez que estuve en el metro de Nueva York, una de las pocas cosas que no echo de menos (y eso que no llegué a ver las hordas de ratas que dicen que habitan en él). Gracias al viajecito al Bronx perdí el miedo al suburbano, y es que anteriormente había intentado pagar la Metrocard, algo parecido al bono-transporte de aquí, y creo que topé con los funcionarios más bordes de todo Manhattan, cosa que me achantó bastante. Además me habían metido miedo con el funcionamiento de algunas líneas, puesto que allí no todos los trenes paran en todas las paradas y temía acabar atrapada en el metro hacia una parada digamos... regulera. 

Downtown Manhattan, desde el Empire State
Los días que siguieron fueron mejor, empecé a irme de visita de aquí para allá por las tardes, ya que por las mañanas tenía el curso de inglés en la escuela que estaba a los pies del Empire State. Esos días fueron los que más me cundieron en cuanto a visitas de edificios y monumentos "históricos": mi primera visita a Times Square (algo desvirtuada por el hecho de haber ido de día), Central Park (mi rincón favorito de Manhattan), el ferry a Staten Island para ver de lejos la Estatua de la Libertad, el Edificio Chrysler, Grand Central Station, el edificio de la ONU, compras en Cenruty 21, una misa Gospel en Harlem con unos amigos que vinieron a pasar unos días a la Gran Manzana, etc. Y todo fue casi perfecto cuando por fin vino mi novio, cuando ya llevaba dos semanas allí. Lo único que fastidió el momento fue el hecho de que solo me quedaban dos semanas y que cuando me volviera iba a estar aquí un mes sola, ya que él se quedó allí por un mes más. Mi casera me dijo que tenía que haberle dicho que iba a venir mi novio, que podría haberse quedado en el apartamento conmigo y no haber tenido que alquilar otra cosa aparte. Me cuesta imaginar a un español tan hospitalario como ella, la verdad.

Durante las dos últimas semanas aproveché para visitar todos aquellos museos, que por su tamaño no podían ser visitados en una tarde, ya que el curso de inglés terminó para mí una semana antes de volver a España con una despedida bucólica: remando con los compañeros del curso en uno de los lagos de Central Park. También aproveché el cambio euro-dólar para comprar cosas que aquí no podría haberme permitido, como un iPod (adquirido en el AppleStore de la quinta avenida), ropa (duty free, porque allí si la factura no pasa de 150 dólares no tienes que pagar el IVA), el ya mencionado laptop, etc. Decir que fui con una maleta medio llena y otra prácticamente vacía y volví con las dos a rebosar. 

Miss Liberty
Una de las cosas que recuerdo con especial admiración fue el brunch (de breakfast+lunch). Es una comida que se hace lo bastante tarde como para no ser un desayuno ni lo suficientemente temprano para considerarse comida y que se hace como "tradición" los fines de semana, especialmente el domingo. Mi novio y yo elegimos para nuestro brunch, el primer fin de semana que estuvimos juntos, un lugar llamado Sarabeth's, cercano a mi casa. Nos dijeron que había que esperar para conseguir mesa, unos 45 minutos. Nos fuimos a dar una vuelta y al final, cuando volvimos, nos dijeron que ya nos habían llamado. Yo pensaba que nos volverían a dejar para el final de la lista, como yo creo que harían en cualquier sitio en España. Pero no. Nos "colaron" a la primera mesa libre que quedó. El menú, por otra parte, era digno de admiración. Tenían todo tipo de tortillas, gofres, tostadas, zumos etc, además de refill de café (me llenaron la taza al menos cuatro veces). Sobra decir que nos pusimos hasta arriba de comer y que no salió demasiado caro, porque encima, y como tardaron mucho en traernos la comida (unos 5-10 minutos), ¡¡Nos invitaron a las bebidas!! Mucho tendrían que aprender los hosteleros en España. Y como nos encantó el lugar, al siguiente domingo (1 de noviembre), mi último día en New York City, volvimos a ir, esta vez sin incidentes. Se puede decir que este fue uno de mis últimos recuerdos de la ciudad, y que pese a la calidad de la comida y del servicio, cada vez que recuerdo aquel sitio siento ganas de llorar. Porque unas horas después estaba cogiendo el coche que me llevaba al JFK de vuelta a España, despidiéndome no solo de la ciudad, sino también de mi novio que se quedaba allí otro mes. Y en España. ¿qué me esperaba? Volver a mi dependencia en casa de mis padres, la eterna búsqueda de empleo y a la desesperación de no encontrarlo. 

Y esta es, muy resumida mi historia en New York City. No sé qué fue exactamente lo que hizo que la ciudad me gustara tanto. Quizás fue simplemente eso, la independencia y libertad que tenía allí y que aquí aún no he llegado a experimentar, o la amabilidad de la gente por allí (cuando sales fuera te das cuenta de por qué dicen que los españoles somos muy bruscos), o simplemente por tener algo que hacer, aunque sólo fuera asistir un curso de inglés. Puede que fuera un poco por todo. Nueva York fue como un islote que encontré en medio de un océano de desesperación, depresión y de buscar algo que nunca he llegado a encontrar. Es cierto que ahora estoy mejor que entonces, aunque no del todo bien. Espero que el esfuerzo de estar en un sitio donde no estoy convencida de estar sirva al menos para, en un futuro, acercarme un poquito más a New York.

Escuchando: R.E.M. - Leaving New York (la escucho y veo el vídeo y siento ganas de llorar).